miércoles, 29 de diciembre de 2010

Quimera

El más autentico silencio solamente es interrumpido por algún que otro pajarillo, cantando alegremente. Ocultos en los arboles, de vez en cuando se dejan ver planeando por el cielo azul, dos grandes montañas recortan esa inmensidad celeste, transformando el color en marrón grisáceo, una a cada lado de su campo visual. En el centro, un bosque, verde, perfecto, una serpenteante senda lo divide en dos, como si una espina dorsal fuese.

Sentada en una gran roca, observa con los ojos y el alma aquel paisaje, a sus pies, un precioso campo de amapolas tiñe la parte baja de la estampa de verde y rojo, dando la impresión de ser una gran alfombra. Aquella visión le parece irreal. Es como un cuadro, -piensa- un precioso cuadro.

Pero no lo es, no es un cuadro, maravillada, contempla las violáceas antenas y los pétalos carmesí de las flores más cercanas. Una suave brisa juguetea con ellas dándoles vida. Puede percibir el olor de los pinos que se entremezcla levemente con el de las amapolas, y puede respirarlo, respira paz y armonía

Aquel sitio le encanta, va siempre para evadirse de la rutina diaria, del estrés laboral y continuo a la que su vida le obliga a padecer. El aire puro y limpio la relaja.

Ese estado la lleva a recordar que le gustaría vivir en el campo, tener una pequeña casita, sin ruidos, humos, ni agobios. Tendría su huertecito y plantaría tomates, lechugas, zanahorias, berenjenas, pepinos, cebollas, pimientos, ah y tomates muchos tomates. Ahora le viene a la mente su sabor y el olor de las tomateras recién regadas, como añora su niñez, recuerda la casa del pueblo de sus abuelos, en la que todo era tan natural y había tan poco de la vida que ahora tiene y no quisiera siquiera haber conocido…

La miel, dulce, como su abuela, clara, también. El recuerdo es tan intenso que una lágrima recorre su mejilla sin apenas darse cuenta. Solo le queda la nostalgia de aquellos días tan felices, ahora tiene ese lugar que aunque sin ser suyo le pertenece, es su rinconcito, su pasión lo ha hecho suyo, su necesidad de búsqueda de evasión. Si no pudiera venir aquí me volvería loca. Sospecha.

Sin darse cuenta de ello seca el riachuelo de su mejilla, y con los ojos brillosos contempla de nuevo el cielo, pero de repente un silbido fuera de lugar llama su atención, los pinos se convierten en botellas, la roca se transforma en un taburete, el campo de amapolas en una grande y fría pieza metálica en la que se descubre apoyada. El silencio en barullo de gentío, apura su café, mira el reloj que hay colgado en la pared y descubre que llega tarde. La paz de su alma se convierte en desasosiego y pánico. Sale corriendo hacia el trabajo, al pasar por la puerta deja allí en aquel bar un último pensamiento: mañana cruzaré el bosque…

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