miércoles, 29 de diciembre de 2010

La niña

Relato finalista en el II Certamen literario "Sol Mestizo"

Publicado


Contrastes, grandes contrastes, es de lo que está hecho el ser humano, ni agua, ni huesos, ni músculos ni cerebro, solo contrastes, odio, rencor, envidias y desigualdad.

En mi viaje a los territorios ocupados por Israel vi confirmada mi teoría. Una mañana al salir del hotel, al otro lado de la calle vi a una niña muy guapa, que me sonrió al verme, entre los brazos llevaba una muñeca de trapo tan sucia como su vestido blanco que había perdido aquel color hacia tiempo ya. Pretendía cruzar la calle pero por el momento varios tanques enormes se lo impedían, sin embargo su sonrisa era inmutable, la gran polvareda que levantaron aquellos monstruos de metal me impedía distinguirla, para cuando terminaron de pasar los últimos jeeps la niña apareció entre esa niebla de polvo como si nada, como si aquello fuese lo más normal del mundo. El corazón se me encogió ante ese pensamiento.

-Buenos días. – Me dijo la jovencita de unos ocho años.

-Hola guapa. –Le conteste asombrado.

Siguió su camino como si nada hubiese pasado, hablando a su muñeca sobre lo que iba a hacerle para comer. Decidí seguirla maravillado por aquella personita en la que nadie se fijaba.

Caminaba sin aparente rumbo fijo, deteniéndose ante lo que llamaba su atención y cambiando de dirección bajo la misma consigna. Durante unos minutos anduvo por la calle pero al encontrar una casa derruida se detuvo, ojeándola con detenimiento. Hice lo mismo, pero nada llamó mi atención, solo había escombros. Al volver a mirarla, vi que estaba sobre los escombros rebuscando en ellos, tras unos segundos encontró algo, al principio no distinguí bien lo que era, la muchacha entonces hizo algo con aquel objeto y la muñeca y entonces vi que lo que había encontrado era un vestidito y se lo estaba poniendo a la muñeca. Salió de los escombros y comenzó a caminar de nuevo, giró en una calle muy transitada y allí la perdí.

A la mañana siguiente al salir de nuevo del hotel, volví a encontrármela en el mismo lugar, con el mismo vestido y con la misma muñeca, esta vez con vestido, además de esta diferencia con respecto al día anterior, no hubo tanques y esta vez la muchacha pasó sin tener que esperar, la sonrisa en sus labios era la misma, volvió a saludarme y se encaminó hacia el mismo lugar que el día anterior. Decidí seguirla de nuevo, y otra vez se detuvo en aquellos escombros, rebuscó y rebuscó hasta que encontró un diminuto peine, se sentó y comenzó a peinar a su inseparable muñeca, me acerque y mientras lo hacia oí como la niña le decía a su juguete:

-Vas a ver qué guapa vas a estar.

La muchacha no me oyó llegar pero al sentarme a su lado, levantó la mirada y me sonrió.

-¿Cómo se llama tu muñeca?

-Se llama Alha. –Me contestó amablemente.

-Es muy bonita. –Le dije.

-Gracias, pero está fea, y tengo que ponerla guapa.

En ese momento, el paso de varios enormes tanques silenció nuestra conversación, dejamos de hablar y los contemplamos, para mi aquellos fríos y enormes trozos de metal solo representaban destrucción y muerte, pero para la niña eran invisibles, supongo que estaba tan acostumbrada a ellos como a un vehículo normal.

Pero mientras pensaba esto, la niña se levantó recogió algo del suelo y lo lanzo hacia el último de los tanques, acertando de lleno en su parte trasera, enorme fué mi asombro ante aquella reacción tan inesperada como violenta, vi como uno de los soldados que viajaban en lo alto de aquella mole se giraba, a una voz el tanque se detuvo, me incorporé asustado por la vida de la niña y de la mía propia, si malo era verlos pasar, peor era verlos detenerse, la niña desafiante comenzó a insultar a sus ocupantes. La imagen era impresionante y surrealista, aquella muchachita, gritando y alzando los brazos, vociferando ante una mole de metal cuatro veces más alta que ella, y sabe dios cuantos quilos más podría pesar aquello, con varios soldados sobre aquel metálico monstruo, armados hasta los dientes, a tan solo metro y medio de ella Entonces comencé a gritar también, pero a la muchacha, no podía dejarla que hiciese aquello, no sabía lo que podían llegar a hacerle, pero cuando uno de los soldados bajó del tanque, la muchacha salió corriendo, y se perdió por las calles más cercanas.

Aliviado por verla huir, temí entonces por mi vida, a veces los extranjeros no somos bien recibidos en algunos sitios y si quien tienes delante, lleva armas, puede ser que piense que no necesita oír tus palabras. Pero el soldado decidió que no tenía nada en contra mío, y volvió a subir al tanque, se puso en marcha y no dejé de temblar hasta verlo desaparecer. Cuando me disponía a irme de allí, la niña apareció de nuevo, otra vez con su sonrisa, se dirigió de nuevo a los escombros donde yo todavía estaba, se sentó en el mismo sito, y con aquel diminuto peine, como si nada hubiese pasado, siguió acicalando a su muñeca.

-Pequeña no deberías estar aquí. –Empecé a decirle.

-A mí me gusta.

-Pero es peligroso, deberías irte a casa.

Entonces la niña dejó de peinar a la muñeca, levanto la cabeza, me miró fijamente y muy seria me dijo:

-Esta es mi casa.

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