martes, 28 de diciembre de 2010

Asesino

2º premio en el X Concurso de relato corto ArteJoven de Loja
Coautora Lucía López Romero

Durante un año anduvo siguiéndolo, fue muy constante, saldar su deuda de doscientos mil euros merecía la pena, dejó el trabajo, abandonó a su familia, e hizo de ese desconocido su obsesión. En ese tiempo se convirtió en su sombra, apuntó cada detalle, cada paso que daba, descripciones de las personas con las que hablaba, cada sitio donde entraba y cuánto tiempo pasaba allí, anotaba la hora exacta de cada detalle, qué compraba, leía, miraba, usaba, tocaba. Transcurrido ese tiempo estaba seguro de poder hacerlo, conocía sus rutinas, sus horarios, había sido él, ya pensaba como él. Ya podía matarlo.

Entonces, conociendo todos sus movimientos comenzó a planear la forma de hacerlo, para ser la primera vez, no le resulto difícil ya que conocía cada detalle de la vida de su víctima y estaba dispuesto. Sobre el calendario clavado en el corcho de su “despacho”, rodeó con rotulador rojo una fecha, el veintitrés de septiembre, ese sería el día, había conseguido el disfraz de cartero, se haría pasar por él llevándole una carta certificada, si, lo mataría en su propia casa, su esposa y sus hijas no estarían desde las diez hasta las doce, y su objetivo nunca salía antes de las doce y media, siempre por el garaje, había tiempo de sobra para el encargo.

Pero durante ese año una pregunta insistía en aparecer una y otra vez incomodándole, ¿por qué una persona pagaría tanto dinero para hacer desaparecer a otra? Había sido testigo de primera fila en la vida de ese hombre durante doce meses, desconocía su vida anterior, pero no parecía nadie malvado, ni había nada en él que le hiciera sospechar que tuviera enemigos. De todas formas había aceptado el trabajo y el fin justificaba los medios.

Llegado el día anterior, las dudas le llevaron a un estado de inseguridad y miedo con el que no contaba. Todo estaba dispuesto, pero el sentimiento de culpa lo atormentaba, con sus propias manos le iba a quitar la vida a una persona y su única motivación era económica. El dinero era una tentación muy fuerte pero no tenía nada en contra de ese hombre.

Pasó el día caminando por la ciudad, sin rumbo fijo, deambuló por lugares desconocidos sin ni siquiera darse cuenta, en su mente no dejaba de aparecer la palabra porqué. A las doce del medio día entró en un bar, pidió un refresco y algo de comida, no tenía hambre, se obligó a comer pero le fue imposible. Salió del bar y decidió meterse en un cine para evadirse por un rato del tormento que él mismo había creado. Eligió la película al azar, compró la entrada, entró en la sala y al sentarse vio al hombre que debía matar, tres filas más abajo. Estaba acompañado por una desconocida, le susurraba cosas al oído y la besaba en la mejilla febrilmente, pero no podía ser él, no tenía ninguna amante y a esa mujer no la había visto jamás. Sabía que un año no era suficiente tiempo para conocer a todos sus familiares y amigos. Al observarlo con detenimiento advirtió que no se trataba del mismo hombre sino una más de sus paranoias.

La película pasó ante sus ojos sin provocarle ninguna emoción, no porque fuese mala sino por la inmersión mental a la que estaba sometido. En esas dos horas, estuvo creando y viendo su propia película. Él era el protagonista de una macabra historia en la que se veía obligado por su situación económica a llevar a cabo la difícil tarea de asesinar a una persona que ni siquiera conocía. La película se terminó de repente con la llamada de atención del acomodador que le pedía insistentemente que abandonara la sala, que ya había salido todo el mundo.

Salió del cine más consternado que cuando entró, en lugar de servirle de evasión le había sumergido más aún en la alcantarilla de su agonía. Se dio cuenta de que no sabía donde se hallaba, caminó hasta encontrar una calle conocida y desde allí continuó a pie hasta casa. Intentó ver la televisión pero nada le ayudaba a olvidarse de lo que debía hacer al día siguiente. Los nervios en su estómago no le dejaron cenar nada, en un intento por evadirse, estuvo ojeando libros y revistas. Más tarde deambuló por aquel apartamento de alquiler que se había convertido más que en su casa, en el oscuro refugio de su obsesión, desde que su mujer lo echara. Ordenó estanterías, limpió los restos de comida rápida que había por todo el suelo y estuvo largo rato frente al calendario mirándolo hipnotizado. A la una decidió acostarse, pero el corazón le latía tan fuerte que no le dejaba relajarse un instante.

A las tres de la mañana se incorporó, le había sido imposible incluso cerrar los ojos. Mentalmente visualizó cada día pasado tras su víctima, en especial las escenas en las que aparecían sus hijas y esposa, se les veía tan felices, ¿cómo iba a ser capaz de romper eso? A las seis se acercó a la cocina, intentó comer algo, pero no pudo, su mente era un mar de dudas, ¿podría vivir el resto de su vida sabiendo que había cometido un acto tan cruel? Esa incertidumbre lo estaba volviendo loco.

Empezó a repasar el plan para tratar de enfriar su mente, a las diez y treinta y cinco tocaría a su puerta y se presentaría como el cartero. Le pediría que le firmara el recibo y le ofrecería a su víctima un bolígrafo sin tinta, entonces cuando el hombre se volviese a buscar uno, lo golpearía, lo tiraría al suelo para así tener tiempo de cerrar la puerta, conseguido esto solo le separaba de su meta la vida de un hombre. Debería golpearlo con saña, hasta estar seguro de que no quedaba ni un atisbo de vida en aquel cuerpo. Mientras hacía ésto, pensaría en todos los problemas que aquel dinero borraría de su vida. El último paso sería desordenar la casa para que pareciese un robo.

Pensando en ello se quedó dormido sobre la mesa de la cocina, con las galletas que había intentado comer y el reloj digital que se había traído del dormitorio.

Lo despertó el timbre de la puerta, en un primer momento no recordaba donde estaba pero enseguida cayó en la cuenta de que se había quedado dormido y comenzó a ponerse nervioso. Cogió el reloj sin mirarlo y fue a abrir, al preguntar quien llamaba miró el reloj, sus ojos se inyectaron en sangre por la velocidad que su corazón empezó a desarrollar, a la vez que veía que el reloj marcaba las diez y treinta y cinco, al otro lado de la puerta oyó decir “Soy el cartero, traigo una carta para usted”

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