jueves, 5 de mayo de 2011

La gran puerta de Shalom


El aprendiz pidió al maestro sabiduría. El maestro acostumbrado al afán de aprendizaje de aquel pequeño, le ordeno ir a la puerta de Shalom, le dijo que al abrirla encontraría conocimiento.
Desilusionado ante la respuesta del maestro, se encaminó por los largos pasillos hasta el gran patio, lo cruzó y llegó a la gran puerta de Shalom. Al aproximarse a ella algo lo detuvo, algo invisible, una gran fuerza impedía su avance, apenas le separaban unos metros, pero por más que intentase llegar no lo conseguía, parecía haber un muro invisible. Abatido, el muchacho se dio la vuelta y miró al maestro que sigilosamente lo había seguido.

-Maestro no logro alcanzar la puerta. -Le dijo claramente apenado.
-Lo sé, pero ante ti no hay nada que te lo impida. -Contestó el maestro.
-Hay algo Maestro, alguna fuerza me impide llegar.
-Sólo tu mente impide que consigas tu objetivo.
-Pero maestro no puedo, me ordenaste que la abriera para obtener conocimiento y sabiduría, pero no puedo.
-Si puedes, basta con que lo desees por ti mismo, no porque yo te lo haya ordenado.
-Yo quiero hacerlo pero no puedo.
-Si puedes, el problema es tu actitud, no deseas abrirla, solo estas cumpliendo con una orden que te ha sido impuesta. ¿Deseas realmente llegar a la puerta?
-Si.- Dijo el muchacho.
-Entonces este será tu ejercicio para hoy, cuando estés realmente preparado conseguirás abrirla.

El maestro se marchó dejando al aprendiz allí solo ante su reto.

Tras varias horas pensando el joven entendió, sin hacer nada más, dio dos pasos y abrió la gran puerta de Shalom, tras lo cual entendió que para conseguir algo hay que creer en ello.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Un solitario paseo


Al caminar entre las tumbas, sintió una mezcla de miedo, respeto y curiosidad, se preguntó como estarían de descompuestos sus ocupantes, se paró ante un nicho de mármol negro, reconociendo a quien desde la foto le miraba. Había conocido a esa persona tiempo atrás, de hecho estuvieron juntos muchos años.
Un sonido seco le hizo girar la cabeza, asustado, vio una sepultura abierta, se acercó con cautela, temblando de miedo y sin poder evitarlo miró dentro. Se sintió ligeramente aliviado al ver el ataúd intacto y pensó que quien allí estuviese tumbado no podría moverse.
Conocedor de que su presencia turbaba la paz que allí reinaba, debía darse prisa en salir pues podría ser descubierto, nadie aprobaría lo que acababa de hacer, de nuevo volvió a escuchar el golpe seco y siniestro. Aterrado escrutó alrededor en busca de su origen, temiendo lo peor,  por fin pudo ver de dónde provenía.
Una rama seca colgaba de un árbol y la suave brisa la movía haciéndola golpear contra un contenedor de metal. Sobre el contenedor contiguo vio a un gato negro que lo vigilaba silenciosamente, sus ojos acusadores se clavados en él, le pusieron muy nervioso. Era el único testigo de su presencia,  pensando esto aceleró su paso hacia la salida, no tardarían en abrir las puertas de acceso al cementerio.
En su huida, pasó junto a muchos nichos, apilados de cuatro en cuatro, sintió clavadas en él las miradas de decenas de difuntos, esas miradas le infundían temor, siniestras y acusadoras, desaprobaban su acción, inmerso en éste pensamiento tropezó y cayó al suelo.  Tumbado sobre la tierra, sintió la presencia de los miles de muertos, queriendo retenerlo en aquel lugar. Aterrorizado se incorporó y salió corriendo.
Sin obstáculo alguno, salvo su mente, llegó a la puerta pensando que cientos de cuerpos sin vida habían salido de sus tumbas para apoderarse de él,  antes de salir se giró y por fin se tranquilizó al comprobar que ninguno de aquellos cuerpos habían estaban fuera de sus tumbas, bueno sólo uno pensó mientras sonreirá, pero de ese no tenía porque preocuparse.